En los cines de Kabul (Afganistán)

- Esto es Guantánamo -afirma.

El moho de la pared se ha pegado como una ladilla al rambo indio del cartel. Butacas, pantalla, todo está al borde de la podredumbre y la ensoñación.

- Viene poca gente. La electricidad se nos va. Estamos siempre solos -se lamenta.

Sha Mohammad tiene 36 años y es el responsable de Cinema Park, uno de los cinco únicos cines de la capital de Afganistán. Sólo proyectan películas indias, la más nueva de los años noventa. Tres pases al día del mismo filme a treinta afganis (medio euro) la entrada.

- Entonces los cines de Kabul estaban llenos de gente -recuerda Sha Mohammad de su niñez: su padre trabajaba en un cine y él ayudaba vendiendo chuches por las butacas.

- Nos traen lo peor de India. Y los días de cada día ya ve, el poco público son drogadictos que no saben dónde meterse -sigue lamentándose.

Les traen lo peor. Hasta la suciedad que se ha incrustado en los carteles después de arrastrarse por los cines de Asia Central.

Cuando falla la electricidad, el generador no tiene fuerza para arrancar los dos proyectores indios y se echa mano de los rusos: dos viejos cacharros con trípodes de madera que parecen diseñados para proyectar documentales sobre la extracción de níquel en Siberia... rrrrrrrrrr...

Y, en ese instante mágico, la podredumbre, los adictos y la ensoñación son testigos del milagro: la luz soviética atraviesa los rayados fotogramas indios y todo parece posible en Kabul.

Frente al Cinema Park, con su deliciosa y avejentada arquitectura de los sesenta, Bashir Ahmad cuenta su historia. Sólo ha estado en el cine una vez, a los doce años. Su hermano mayor se enteró y le arreó un bofetón.

- Hizo bien. Un buen musulmán no debe ir al cine -dice este pastún de 27 años: los tayikos son más liberales.

Pero, rascando, salen cosas. El régimen talibán prohibió el cine: convirtió las salas de proyección en mezquitas. Y Bashir vio "Titanic" a escondidas, en video... ¡"Titanic" en la clandestinidad!

- De vez en cuando veo películas. Pero en casa -dice.

- ¿No iba contra tu religión?

- Ya. Pero las veo solo, no en familia. Sólo me hago daño yo.

Afganistán es una República Islámica, y las películas están censuradas: nada de besos y cosas así. Pero, en un país-burka sin cuerpos de mujer, cualquier silueta india descontrola la carne: la oscuridad del Cinema Park esconde muchos pecados.

Hoy se proyecta "Angaara", rodada en 1996 por Anil Ganguly: la historia de un ladronzuelo que se reencuentra con su padre entre el amor y los gángsters... Entra un chico a media sesión. En la pantalla, megarrayada, se ve una estación de autobuses nocturna y solitaria. Y, contra toda lógica, aparecen decenas de rítmicos bailarines. De golpe. De la nada.

Los kabulíes entran y salen del Cinema Park sin importarles cuándo empieza o acaba la película. Porque cada movimiento de cadera es un guión. Cada canción es un argumento.

No hay principio ni final. Sólo cutrez, ensoñación y guerra.

fuente: Plàcid García-Planas, La Vanguardia, 4 de junio de 2010, pág. 9

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